Queridos Amigos,
El Espíritu de Cristo derramado por nosotros desde su Cruz gloriosa, nos ilumine y nos conduzca en nuestro caminar cotidiano. Los últimos acontecimientos de la vida me llevan a hablarles esta vez de ustedes, de mí, de la misión más que de la situación de África y Congo.
Después de 35 años, me encuentro al inicio de un nuevo capítulo de vida. Cuando salí para Burundi, en el ya lejano 1969, acogí la idea de empezar con amigos y familiares una comunión espiritual al servicio del Anuncio. Concordamos que el 12 de cada mes nos sentiríamos una comunidad de ruego y corazón: en el Espíritu de Cristo las distancias no cuentan. El primer refrán kirundi que aprendí refuerza la idea: kure y'amaso mugabo si y'umutima, lejos de los ojos pero no del corazón.
Han pasado decenas de años pero aquella iniciativa continua; ciertamente muchos amigos nos han dejado: unos por haber dado el gran paso y otros por los hechos de la vida. Muchos otros se han unido: católicos y no, no todos practicantes, a veces no creyentes. Esta carta iba a ser enviada en Italia para ser fotocopiada, y en ciertos períodos incluso falló: guerras, pobreza de medios de comunicación, imprevistos y, porque no reconocerlo, períodos de pereza espiritual de mi parte. Pero siempre ha retomado la vida y ahora con el internet viaja en muchas lenguas; cuando la envío me siento en comunión con muchos acontecimientos de la vida y de la historia de ésta nuestra familia humana: Burundi, Ecuador, Colombia, Congo sin olvidar aquellos países que como misionero y periodista he visitado y querido también en su nombre; porque, y lo he descubierto sobretodo en el 30mo aniversario de mi ordenacion sacerdotal, la cosa más bonita de la vida es estar en comunión; en la fe, la llamamos la comunión de los santos, es decir de los que nos sentimos tan pecadores que nos ponemos juntos a la búsqueda de Dios Padre y de su Hijo Unico en el Espíritu; allí nos encontramos amigos de camino aunque con fe diferente: el Espíritu de Cristo está tan cerca de cada uno que la humanidad se convierte en el Camino de la Iglesia y la Gloria de Dios es el hombre que de pie lucha por su dignidad y aquella de todos sus hermanos.
Estos son los pensamientos que me acompañan últimamente gracias a un viaje misionero hecho en Chad dónde hemos afrontado el tema de Justicia y Paz como estilo de vida y anuncio evangélico, de cara a las injusticias del mundo musulmán sobre cristianos y animistas. Todavía más desde cuando la comunidad de los combonianos me ha pedido tomar el lugar de trabajo dejado vacío por la muerte repentina de un cohermano congolés. Es una misión en la selva al servicio de los pigmeos, por cierto el grupo más despreciado y abandonado de África. La Misión se llama Maboma, en la diócesis de Wamba, al Noreste del país. Una coincidencia: la primera presencia comboniana en esta misión la inició mi tía, sor Elisa, en el 1953.
Dejaré Kisangani el próximo mes, apenas terminaré de hacer los exámenes al instituto filosófico donde estoy enseñando. En Maboma no hay luz ni teléfono y por lo tanto tampoco correo electrónico. Por esto he abierto dos casillas para los mensajes que me serán enviados. Les ruego no mandar fotos voluminosas y que no se desanimen si unos mensajes son rechazados: quiere decir que la casilla está llena; pueden entonces intentar con la otra o esperar con paciencia que sea vaciada.
Tengo que agradecerles la gran colaboración con el proyecto de Butembo. Su generosidad ha sido tan grande que todo ya se realizó. De Maboma seguiré también con este proyecto hasta que nuestro grupo misionero se fortalezca y las dos actividades se vuevan autónomas. He tratado de escribir personalmente a cuantos han colaborado, pero si se me hubiese olvidado algún nombre repito aquí mis gracias sentidas para todos. Apenas sea posible les haré llegar una foto de la realización.
Es bueno que los ruegos sean siempre acompañados por algún gesto de bondad, no necesariamente hacia mí: oraciones y caridad van de la mano; mas el mundo de los pobres y de los necesitados se encuentra de hecho en todas partes; incluso, con sus lados positivos, la globalización ayuda a aumentarlos cotidianamente. Ensuciarse las manos para solucionar los problemas de los demás es abrir el corazón, a dar sin duda, pero también a recibir de aquel Dios de la vida que no se deja nunca vencer en generosidad. Sobretodo hoy que las leyes de los Estados y los acuerdos internacionales permiten deducir de los impuestos y elegir en parte su destino; es una obligación orientar nuestros esfuerzos a equilibrar el reparto de los bienes de este mundo, Regalo de Dios para todos.
No me queda más que desearles todo bien en estos meses de verano; aprovechemos el tiempo libre también para mantenernos informados; muchas noticias en los grandes medios de comunicación son desafurtunadamente partisanas; en internet ya podemos encontrar informaciones alternativas. Estar informados es la base para dar nuestra contribución en el modo justo, a encaminar el mundo sobre sendas de paz y de justicia.
Con cariño, Juan Pablo
Kisangani 12 maggio 2005
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